HISTORIAS HÍPICAS
UNA CARRERA EN TIEMPOS DE LA CISPLATINA
Como el español que vino a la conquista, el gaucho fue el natural jugador. Más que el afán de lucro, fue un modo de matar sobrantes de tiempo.Los que conquistaron el Perú con Pizarro, se jugaban entre sí todo el oro del reparto. Cuentan viejas crónicas que el soldado Leguisamón, se jugó y perdió en una sola parada el sol del templo de los incas, que era de oro macizo.
El gaucho tenía dinero para cubrir sus escasas necesidades y podía jugarse el resto. Así, pues, las carreras de caballos, las riñas de gallos, la taba y los naipes, fueron motivo de fondo en sus entretenimientos y fiestas.
Sin mayor cuidado de su indumentaria personal, el orgullo del hombre de campo fue su caballo y las pilchas con que lo cubría. Ni aún en plena guerra civil, de las que por desgracia tantas hubo en la exuberante historia de este país, no se abandonaron las carreras ni las riñas. Sabido es cómo se establecían treguas en la pelea para que jefes contrarios de partidas con distinta divisa midieran la ligereza de sus parejeros y las púas de sus gallos.
Las carreras de caballos se regían por contratos escritos, que se exhibían o registraban ante las autoridades, Alcaldes o Jueces, en los que se establecían las condiciones en que se había ajustado la carrera. Se establecía el tiro de la carrera, la forma de correr, el peso, la garantía de pago y el monto de la apuesta.
Nosotros vamos a exhumar, sacado de un viejo expediente que está archivado en la Escribanía de Gobierno y Hacienda, las actuaciones de una famosa carrera que acabó en un sonado pleito por no resultar acuerdo entre los jueces de raya o de llegada, y sucedió esto en nuestra campaña Oriental en 1824, durante la dominación brasileña y al filo de la Cruzada de Lavalleja.
La carrera y el pleito tuvieron mayor difusión por ser el dueño de uno de los caballos, el Brigadier Fructuoso Rivera, por entonces Comandante General de Campaña al servicio del Brasil, siendo su contendor un vecino de San Pedro de Durazno, llamado Angel Crespo, quien no le tuvo al brigadier ningún temor y llevó el pleito a substanciarse en las más altas autoridades de la Provincia.
Fructuoso Rivera -Oleo de Manuel Rosé
Parece ser que Rivera, que era muy jugador, no hacía pesar su autoridad en estas cosas del juego, sin perjuicio de poner en práctica, las mismas vivezas de cualquier gaucho subalterno.
Cuéntase que cierta vez, – lo hemos oído por tradición familiar de quienes no eran sus partidarios, – Rivera, siendo Presidente de la República y hallándose en Durazno se tomó a trompada limpia con un cierto adversario ocasional en una carrera discutida, dándose ambos contrincantes una lluvia de golpes por igual hasta que intervinieron los “apartadores”, sin que Rivera hiciera ningún uso de su autoridad contra su contrario.
Estudiando en nuestros Archivos Nacionales los manuscritos de Rivera, se tropieza frecuentemente con detalles muy interesantes referentes a carreras de caballos. En 1822, siendo como hemos dicho Comandante de Campaña, Rivera había concertado una carrera de importancia y como por circunstancias especiales, no tenía consigo el dinero para la apuesta, lo mando pedir a su amigo, el estanciero Manuel Lago, desde la Villa de Melo
-Siento no poder hallarme para el día de la carrera en el Yí – le decía Rivera a Lago en carta enviada por el Capitán de la 4ª Compañía de su Regimiento – la cual debe correrse el 14 del corriente y como esperaba estar allá para ese tiempo no dejé el dinero para la apuesta y me veo en la precisión de quinientos pesos para la apuesta y quiero solicitarle se digne facilitárselos al dador mi Capitán Mansilla …
Por entonces Rivera tenía un zaino que se le había resentido de las manos, por cuyo motivo lo mandó a la estancia que su amigo, Julián de Gregorio Espinosa tenía en el Colorado. Repuesto el caballo, Espinosa le escribía el 14 de marzo de 1823
-Saldrá de aquí para su Estancia del Arroyo de la Virgen el caballo zaino a cargo de Manuel González acompañado de Juan Mena, llevando la orden de entregarlo a Romero. Todo este tiempo lo he tenido dándole bastante de cenar afrecho con maíz. Yo me alegraría que llegara a sanar del todo y espero que me avise las carreras que concierte para ir a ellas, sino son a la distancia de las últimas, en las cuales después de haberme gustado muchísimo, solo yo sé la gran pérdida que sufrí como que hasta ahora me tiene tiritando. No encargo a Ud. otra cosa sino que ninguna carrera pase de setecientas varas….
En setiembre Espinosa volvía a escribir a Rivera_… de las tres carreras que tiene Ud. combinadas, las dos del cebruno me gustan mucho, mucho, pero la del zaino no me gusta tanto, porque aunque diga Romero lo que diga, no puede estar el caballo enteramente sano.
RIVERA Y CRESPO
Fue por julio de 1824 que se concertó la famosa carrera entre caballos de Rivera y Crespo. Pero esta vez el parejero de Rivera era un rosillo y zaino el de su contrincante.
Se firmó el Contrato de la carrera con sus correspondientes testigos, redactado en diez cláusulas que por razones de espacio no vamos a transcribir en completo.
La carrera debía “jugarse” – así lo dice el documento – en los últimos días de agosto, “a la oreja”. Confesamos ignorar que es esto de “la oreja” y desearíamos que algún lector de Campaña nos lo hiciera saber. La distancia sería de “cuatro cuadras de las cien varas” de las llamadas “cuadreras” y los jinetes irían “cargados iguales, no bajando de cinco arrobas ni subir de cinco y media”, debiendo “castigar con la mano derecha el jinete del rosillo y con la mano izquierda el del zaino”
Naturalmente, que esta precaución de castigar con la mano de afuera era para evitar que el corredor se “equivocara” castigando el hocico del caballo contrario. No era, pues, una carrera “de costillar”, como parece leyendo las actuaciones del pleito, pues éstas consistían en ir pegados los caballos a las costillas, recostados el uno al otro en una línea fija y
marcada, perdiendo el que saliera de ella, y en este caso no era necesario establecer la mano del rebenque, porque tenía que ser forzosamente la de afuera.
Como importe de la apuesta, según el contrato, se estableció la suma de “quinientos pesos para arriba”, debiendo entregarse previamente a la carrera en manos de un depositario la suma de doscientos cincuenta pesos, que perdería aquel que no cumpliera cualquiera de las cláusulas del convenio.
EMPIEZA EL LÍO
Llegado el día señalado para la carrera, Angel Crespo se presentó con su zaino y su corredor en el sitio indicado, pero no apareció Rivera ni su caballo, dando este hecho de su ausencia el derecho a Crespo a exigir el importe del depósito, pero apareció después Joaquín Romero – aquel mismo a quien Espinosa había mandado el zaino a Rivera – y sabido por éste que el Brigadier no había podido concurrir por causas que no dijo, Crespo arregló con Romero que la carrera se correría el 5 de setiembre.
En presencia de numeroso público se corrió la carrera el día indicado de setiembre de 1824, entre el zaino de Angel Crespo y el rosillo de Rivera, pero hasta ahora no se ha podido establecer cual fue el caballo ganador. Los jueces de raya nombrados al efecto no se pusieron de acuerdo en clasificar al ganador y Crespo inició juicio contra Rivera, por habérsele negado la carrera que él dijo que había ganado.
VAN A PLEITEAR
En el mismo acto de concluirse la carrera pidió Crespo justicia al Alcalde de San Pedro de Durazno, que estaba allí presente, pero cayendo luego en la cuenta que este Alcalde era concuñado de Rivera y había jugado dinero a favor del rosillo, se fue a la cercana “Villa de Porongos” donde inició nuevamente el juicio presentándose ante el Juez Manuel Quinteros.
Dijo Angel Crespo en su primer escrito presentado en el Juzgado que primeramente sus contendores le habían fallado no concurriendo a la carrera el día indicado en el Contrato, que había demostrado su generosidad no exigiendo el dinero del depósito como era su derecho y que concertada la nueva fecha, él había concurrido con la misma puntualidad que la primera, “oblando” de inmediato en manos del depositario nombrado al efecto treinta onzas, pero que Romero, el representante de Rivera, concurrió con el caballo rosillo, pero no traía el dinero para el depósito. Agrega Crespo que por esta nueva causa pudo exigir la multa, pero llegó su generosidad y tolerancia al extremo de conformarse con una obligación de pago para el caso de perder con la garantía del depositario.
Había concurrido mucha gente a presenciar la carrera, y como se corría en San Pedro, sede entonces del Regimiento de Rivera, estaban presentes algunos de sus oficiales, pero el Brigadier no pudo concurrir por razones de servicio, posiblemente ocupado en las elecciones de Senador para la Asamblea Constituyente del Imperio, que por esos días se celebraban.
Nombraron los jueces de raya. Crespo nombró por su parte a Tomás Ramos y Romero nombró “por la del Sr. Brigadier” a José Figueredo. “Balancearon” el peso de los corredores y puestos en el orden correspondiente de acuerdo con la mano del rebenque, largaron.
Aquí fue donde el corredor contrario – dice Crespo en su primer escrito al Juzgado de la Villa de Porongos – abusando de su arte, logró echar fuera del camino a mi caballo y precipitarlo en un pozo de poca profundidad, cuyo tropiezo no lo privó enteramente de la ventaja que ya llevaba a su contrario, pero se la disminuyó algún tanto. Mi corredor, a mérito de su destreza, pudo recuperarse y continuar de modo que llegó siempre primero…
Luego explica Crespo con lujo de detalles que “a causa de las artimañas del corredor contrario” los caballos salieron del camino prefijado para la carrera y se fueron derecho a donde estaba el Juez Figueredo, quien teniendo que abandonar su sitio porque los caballos se le venían encima quedó puesto de espaldas en el momento mismo de la llegada, con lo que de ningún modo pudo apreciar qué caballo había llegado primero.
A pesar de esto, en cuanto el juez Figueredo salió del trance, “vociferó” que había ganado el rosillo, cosa que el otro juez “contradijo enérgicamente” y para mayor inconveniente de Cespo, el grupo de gente que venía atrás de los corredores hizo coro a Figueredo diciendo a gritos que había ganado el rosillo, “como que les halagaba que hubiera ganado el rosillo, ya por interés en favor de la contraparte, ya porque ellos mismos habían apostado…”
Y termina Crespo este primer escrito diciendo que el Alcalde de San Pedro de Durazno, que debía ser quien administrase justicia en caso de dudas, también había apostado a favor del rosillo.
SE RETOBA EL ALCALDE
El Juez de Porongos que empezó a tallar en el litigio pidió al recusado Alcalde de San Pedro que le remitiera a los jueces de raya Ramos y Figueredo para tomarles declaración, pero se negó el Alcalde en redondo, alegando que el pleito se había iniciado de palabra en su jurisdicción y que por lo tanto debía substanciarse en su juzgado, no pudiendo el litigante Crespo, además, salir de la jurisdicción donde se había corrido la carrera.
Crespo se dio cuenta que tenía que habérselas con el “caballo del Comisario” y que aún con Rivera ausente, lo iban a tirar al medio. Debido a esto y sin amilanarse por ello, optó por dirigirse en queja directamente al Capitán General de la Provincia, el Barón de la Laguna, para que se le hiciese justicia.
El Barón, sin perjuicio del personaje de que se trataba y quizás por ello mismo, ordenó la aceptación de la jurisdicción del Juez de Porongos y mandó intimar al Alcalde que mandase a los jueces de raya como lo tenía pedido el Juzgado de Porongos, apercibiéndolo además por haber hecho perder el tiempo.
Obedeció la orden el Alcalde, no sin antes alegar que si bien era cierto su parentesco con el Brigadier, el argumento de haber jugado a favor del rosillo para recusarlo no tenía mayor valor, pues había jugado solo dos patacones.
Enterado del suceso, Rivera nombró como su representante a Blas de Jauregui, Capitán de la 4ª Compañía del Regimiento y comparecieron todos al Juzgado de Porongos.
DECLARAN LOS JUECES DE RAYA
Declaró Tomás Ramos, juez de Crespo, “que en su conciencia hallaba haber ganado el caballo zaino a la oreja, sobre la raya”, que la carrera no se había corrido por el camino señalado, que los caballos se habían ido sobre el juez Figueredo, quien no pudo ver la llegada por encontrarse colocado de espaldas y que él, había dicho: “ganó el zaino” a lo que contestó Figueredo: “Ud. quiere perder su alma, ganó el rosillo” y viéndose sofocado por las voces del grupo que gritaba haber ganado el rosillo, contestó: “así será, Uds. habrán visto mejor que yo, pues para mi ha ganado el zaino”
Agregó Ramos en su declaración ante el Juez de Porongos, que al otro día de la carrera lo mandó llamar Manuel Díaz – el Alcalde de los dos patacones – para preguntarle qué caballo había ganado y cuando le dijo que había ganado el zaino, el Alcalde lo insultó diciéndole que era un viejo pícaro y que le iba a hacer colocar una barra de grillos remitiéndolo preso a Montevideo. Y como no sabía firmar, firmó a ruego Venancio Flores, con B larga.
Luego declaró Figueredo, el juez de Rivera. Dijo que no pudo ver si la carrera se corrió legalmente porque la multitud que había invadido el camino se lo impidió, que no vio si el rosillo venía recostado al zaino, pero que al llegar a la raya el caballo rosillo había ganado “al fiador” y que cuando le dijo a Ramos: “ganó el rosillo” este le había contestado: “habrá ganado”.
SIGUE EL PLEITO
Luego de varias incidencias y por falta de asesores letrados, los litigantes se pusieron de acuerdo en traer el asunto a Montevideo.
Rivera nombró su nuevo apoderado a Juan José Maldonado y Crespo a Nicolás Herrera, pero éste se excusa y se saca el lazo alegando ser pariente de Crespo y entra en juego el Dr. Llambí. El Escribano de Hacienda Manuel Castillo es quien certifica las actuaciones del pleito, aparecen cartas de Rivera y nuevos escritos de Crespo, el asunto se enreda y mientras engordan las fojas del expediente, Maldonado presenta un escrito negando en redondo todo lo dicho por Crespo, por su corredor y por su juez de raya.
Dijo Maldonado que no había tal pozo en el camino de la carrera, que el zaino no fue empujado, que el rosillo ganó la carrera “al fiador” y que Crespo y su corredor se habían complotado para reclamar de una carrera que habían perdido bajo el pretexto de que “un grupo tumultuario” gritó que el rosillo había ganado, que el juez Ramos era un perjuro porque él mismo había pagado a Juan Seijas el importe de una apuesta a favor del rosillo, que varios oficiales del Regimiento que jugaron a favor del zaino perdieron su plata sin chistar y que Crespo no tenía ninguna razón para reclamar, etc. etc.
El asunto pasó al fin al Barón de la Laguna – Juez sin alzada – quién proveyó el 21 de marzo de 1825:
Vistos, recíbase esta causa a prueba por el término de veinte días comunes y prorrogables…
Y no hay más actuaciones en el Expediente.
LOS TREINTA Y TRES PARARON EL PLEITO
El Juramento de los Treinta y Tres Orientales - Juan Manuel Blanes
Y sucedió que, contados veinte días desde el 21 de marzo y alguna prórroga dada por breve que fuera, dieron tiempo a que Lavalleja irrumpiera por la línea del Uruguay con sus treinta y dos compañeros y puesto días después de acuerdo con el Brigadier Rivera, quedó éste muy lejos del fuero del Barón de la Laguna, por cuya razón Crespo debe estar esperando todavía que le paguen los quinientos pesos de la carrera que él dijo haber ganado con su caballo zaino por una cabeza…
Autor: Julio Silva Valdéz – Publicado en el Almanaque del Banco de Seguros del Estado Año 1955