HISTORIAS HÍPICAS

EL INDIFERENTE

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El indiferente es un hombre sencillo, un hombre manso, con su particular filosofía, distinta en un todo a la filosofía de los demás mortales.

Es un tipo pacífico, que no se inquieta nunca, que nunca tiene “datos”, que no se corre “fijas”, que no es amigo de jockeys ni compositores, que no sabe de tiempos ni de sangre, ni de “tongos”, ni “dopings”… Es por excelencia, el jugador ingenuo, que no tiene temor a “acomodadas”, que no piensa si su favorito repetirá o no, en público, la corrida privada, que no medita si sentirá los kilos de un “top wieght” riguroso, que no conoce si el jockey que los corre es maestro o “maleta”, y que no estudia el árbol genealógico, para saber si es o no barrero, el caballo al que juega los níqueles…

Es un tipo feliz que apenas si conoce las chaquetillas, y que las más de las veces, para saber si ha ganado o perdido, espera que levanten el marcador, porque en el transcurso de la carrera, no ha visto, o no ha podido reconocer su caballo…

Nunca tiene prisa, Para él no se han hecho los apretones del bullanguero y democrático bondi, que llega a Maroñas antes de que se cierre la primera… Para él no se ha hecho tampoco la agitación característica del ferrocarril, que lleva apresuradamente hasta el hipódromo.

Y el almuerzo de prisa, ese clásico almuerzo dominguero, donde apenas hay tiempo de estudiar por milésima vez el programa, entre trago y bocado, tampoco lo conmueve.

Es un tipo sin alma… Tanto le da llegar a la hora de un clásico, como a la disputa de un premio Remate. Para él, todo es cuestión de que las horas corran, matando el tedio de un día de vulgar “atorro”. No sabe de ansiedades. En su vida normal, es un burgués pacífico, sin rebeliones, manso

Se es patrón amontona dinero, mientras repasa sentado en su bufete, saboreando un habano, el estado de caja que detalla las ganancias del día.

Si es empleado, escribe para otro, esas largas columnas de números herméticos que forman los balances, con un saldo a favor que se hace más grande cada año.

Él no espera con ansiedad creciente, las consabidas inscripciones del sábado. Y no aguarda los martes, La hora de los forfaits, que aceleran las carreras o las hacen más turbias… No lee las corridas. Tampoco le interesan los largos y sabrosos comentarios que en la prensa dedican cronistas a tal o cual carrera.

No se entusiasma con el recuerdo  de pasadas hazañas… No se emociona cuando oye contar de las proezas de los tiempos que fueron. No sabe ni sabrá quién fue “Guerrillero”, ni quién fue “Yerba Amarga”, ni “Cartouche”, ni “Orbit”, ni “Old Man”, ni “Sibila”, ni el grande “Botafogo”. A gatas su mente sencilla, le recuerda las campañas de “Caid” y de “Aldeano”, de “Sisley” y de “Rico” y actualmente de “Stayer”.

Para él, el turf, este turf tan fecundo en cosas gratas, este turf que a nosotros se nos antoja un nuevo paraíso, no tiene casi historia.

Él no recuerda un “tongo”, ni una de esas carreras que emocionan, ni un final de esos en que gritamos hasta quedarnos roncos, ni un día memorable como aquel en que “Botafogo” derrota a “Grey Fox” en 3/7”, y por cincuenta metros.

En las ruedas de amigos, oye como leyendas, como cuentos de hadas, con una sonrisa escéptica, flotando a flor de labio, hablar de las hazañas de Isabelino Díaz, del gallego Garrido, de Vicente Pérez, de Pío Torterolo. Abre sus grandes ojos deslumbrados, pero no se contagia su alma de entusiasmos. Siente con la cabeza, y el cerebro le dice que aquello fue mentira, que esas proezas sólo viven en la imaginación demasiado fecunda de las gentes, que teje en derredor de los que fueron ídolos, fantásticas leyendas.

Le falta clase, le falta envergadura, le falta corazón, guapeza… garra… Es apenas “sprinter”… pero un ”sprinter” maula un “flyer”, sin vergüenza, que sale en la vanguardia vendiendo boletines, como escupida en plancha, y que luego se achica y se entrega y se deja pasar, en cuanto siente que le muerden la cola…

Siempre oyó predicar que las carreras son un vicio ruinoso. Y temió “encenagarce” caer también con toda la austeridad de sus costumbres, entre los tentáculos de ese pulpo gigante,,, Como tuvo mediana inteligencia, y no vio más allá de sus narices, se encerró en su rutina y juega sólo allá de tarde en tarde, temeroso de sufrir el contagio de la fiebre timbera…

Él y otros más, porque los indiferentes forman legión, constituyen una gran parte de ese público accidental que acude en masa a la disputa de los grandes premios, sin que les guíe otro afán que el de presenciar una carrera de la que todos hablan y de la que ellos no aciertan a comprender ni muy medianamente su importancia.

Y así los vemos, luego, en el paddock, en las tardes de gala, terciados los gemelos fatigados, sudando hasta el bautismo, víctimas de un azareo en un ambiente que desconocen y al que no acaban de adaptarse nunca…

Son sujetos de suerte. En las grandes carreras cuando juegan en contra un favorito que no debe perder, que es una fija, que representa uno de esos calotes nacionales que dos meses atrás se vienen perfilando, parece que supieran lo imprevisto. El favorito pierde, el crack cae de su pedestal de invicto, lo encierran en el codo, lo pechan al entrar al derecho, larga parado, o rueda, o cuando tiene ganada la carrera surge un “outsider” del fondo, se acerca amenazante, empareja su línea y sobre el disco le hace astillas el cráneo, batiéndolo por la distancia mínima.

Porque el indiferente es un sujeto que no tiene empacho en jugar a “Petain”, en contra del mismísimo “Stayer”. Y vaya usted a explicarle que el tordillo de Maschio es imbatible, y vaya usted a contarle que tiene una corrida sobre el freno, en un tiempo estupendo, que es un animal clásico y que el otro es un “perro”… Lo escuchará callado, sin oponer razones, pero siempre con su eterna e irónica sonrisa jugando entre los labios…

Y los indiferentes son los que acertaron a “Padilla”, cuando batió al gran “Old Man”: los que jugaron contra “Botafogo”, el día en que “Grey Fox” le ganó el Pellegrini: los que aplaudieron cuando “Rico” cayó de su pedestal de invicto: cuando “Sisley” entregó su blasón y su título, hecho polvo en gloria por tres derrotas de las que no se vengará más nunca.

Para ellos se hicieron los batacazos estilo “Fedora” y estilo “Pershing”. Juegan porque si, porque les gusta el color de chaquetilla, porque les tienen “tirria” al favorito, porque son un eterno espíritu de contradicción, ya que la discrepancia es su única declarada rebeldía.

Yo les tengo lástima y fastidio. Son tipos que en medio de su sencillez, tienen absurdas petulancias. No creen en nada ni en nadie. Nadie los “envenena” porque no tienen sangre para jugarse una parada en firme… Juegan un boletejo, las más de las veces un placé, pues cada vez que pierden su espíritu se estremece, atribulado a fondo por el golpe.

Nada les debe el turf. Nada aportaron ellos, a la obra del elevage. Son estorbos… parásitos… En las grandes tardes clásicas, le complican la vida a medio mundo. Erran las ventanillas, se equivocan de número, reclaman y dan lugar a escenas pintorescas, de las que salen envueltos en ridículo.

Y están molestos y molestan a todos. No sirven para otra cosa, como no sea para aumentar el número de concurrentes en las tardes de gala.

Sin ellos, en el Hipódromo, en un “meeting” de Enero, estaríamos maravillosamente.

Como no se dignan presenciar el desfile de los campeones, son los primeros en jugar, y en ubicarse luego en los mejores puestos. Y total, ¿para qué? Para no apreciar el desarrollo, para verlo al revés, para vocear su favorito, creyendo que corre en la vanguardia, cuando marcha a cien metros de la punta.

Si, viejo, indiferente. Hay que hacerse de línea o no ir al Hipódromo. Si usted no tiene clase, quédese quieto en casa, que “al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen”…

 

Autor: “Last Word” –  seudónimo de Raúl Velazco                                          

Publicado en “Actualidades Deportivas” – Montevideo, 15 de octubre de 1924

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